En su libro “No me hubiera gustado morir en los 90”, Silvia Bleichmar – psicoanalista y socióloga argentina– investiga acerca de las consecuencias que produjo en la subjetividad de las personas el retiro progresivo del estado.
Ese, sostiene, era el final de una época en la cual los pobres todavía se sentían con la posibilidad de recibir los servicios del estado, y de retribuir a quien los asistía. Era cuando la dignidad implicaba no solo el agradecimiento, sino la convicción de que la condición humana pasa también por conservar la posibilidad de retribución. Y es que cuando ya no hay nada para ofrecer a cambio de lo que se recibe, el sujeto ha sido totalmente despojado de su autoestima, de su condición de semejante en sentido estricto, es decir, por formar parte de una comunidad de derechos y prestaciones.
Por otro lado, señala que hay una honda diferencia entre la caridad y la obligación que tiene el estado, que es la de beneficiar a los grupos sociales mediante un sistema de reciprocidad en el cual uno aporta, por ejemplo pagando impuestos, y por lo tanto recibe ciertos beneficios. La caridad, deja al otro reducido a una desigualdad definitiva en razón de la imposibilidad de respuesta. Es la entrega de un sobrante que coloca al semejante en una desigualdad irrecuperable para su condición humana.
En el siglo 21, en un mundo plagado por ideas neoliberales, donde pareciera que las necesidades humanas son solo económicas y técnicas, esta idea de comunidad, de reciprocidad, redistribución y aportes, y de ver al otro como un semejante, en vez de como una amenaza, se ha ido perdiendo junto con la ambición por tener más, sin importar los medios que se utilicen para alcanzarlo.
Por tal motivo, es interesante entender que hubo otras formas de organización socioeconómicas, que regulaban las prestaciones de servicio en diversos niveles y servían de engranaje en la producción y distribución de los bienes, sin perder de vista lo que hace a la condición humana, al sujeto.
El estado inca, por ejemplo, que llegó a dominar buena parte del continente sudamericano, necesito organizarse de alguna forma, ya que su expansión fue tan explosiva que le hubiera sido imposible disponer de la fuerza de trabajo y de los recursos necesarios para sostenerse a sí mismo si no se organizaba. Creó, para eso, lo que se conoce como: “sistema de reciprocidad” o “minka”: un concepto andino y milenario que sintetiza relaciones de reciprocidad, compromiso y complementariedad. Consiste en una práctica en la que la comunidad se junta para trabajar en un objetivo en común. Práctica, que todavía hoy, se conserva entre muchos de los pueblos originarios.
Este sistema permitió que lo que en un primer momento apareció como un pequeño villorrio, donde el soberano carecía de poder para exigir de sus vecinos la ayuda necesaria, se transformara con el paso del tiempo en un gran imperio. Pachacutec es el primero, que a través de ése sistema, invita al Cuzco a los señores vecinos, les ofrece abundante comida y bebida en la plaza principal. Estos curacas vecinos, al comprobar la “generosidad” de Pachacutec, accedieron al pedido del inca que consistía en la edificación de depósitos -necesarios para llenarlos de subsistencia y objetos manufacturados –
Así, a medida que se realizaban nuevas conquistas, aumentaba el número de curacas unidos al inca por estos lazos de reciprocidad. El problema surgió cuando se produjo la gran expansión del estado: el inca se vio en la necesidad de edificar centros administrativos, para que los curacas pudieran reunirse con personajes importantes del gobierno, y cumplir de esa manera con los ritos del sistema de reciprocidad.
La mayor parte de las conquistas se cumplieron por medio de este sistema, ante el que los curacas difícilmente se opusieran, ya que cuando un inca se los proponía negarse, se traducía en la toma de armas, en un enfrentamiento para lo cual el ejército inca estaba mucho más preparado que las macro etnias. Pero por otro lado, porque ingresar en el engranaje incaico no le quitaba su lugar de poderío al curaca, y le aseguraba bienes y protecciones (que de otra forma no poseería o tardaría mucho tiempo en conseguir), a cambio de fuerza de trabajo, lealtad y colaboración.
Este sistema fue evolucionando con el tiempo, ya que a mayores conquistas,“el estado se vio obligado a incrementar constantemente sus ingresos y asegurarse de disponer de las cantidades necesarias” para abastecer a todos los pueblos que se sumaban a él.
Cuando los hispanos arribaron a estas tierras hallaron un país organizado y planificado, sin rastros de pobreza”, en donde la clave del desarrollo que permitió la expansión estaba dada por un sistema en el que el dinero no existía.
Y este último no es un dato menor, ya que para esa altura a los españoles les era inconcebible alcanzar tal estado de desarrollo y evolución a nivel económico, urbano y social, en el cual el intercambio de bienes y servicios está a la orden del día, todo prescindiendo de la utilización de la moneda.
En nuestros días, es todavía más difícil de imaginarlo posible. Cuando Silvia Bleichmar se refiere a la pérdida de subjetividad, se refiere a la falta de posibilidades que recae sobre algunos sectores de la sociedad, que muchas veces no tienen forma de aportar al estado, para que luego les sea retribuido. Este punto, a través del sistema de reciprocidad incaico, estaba resuelto, quizá sin ni siquiera proponérselo. Cada pueblo aportaba y el estado respondía a ese aporte, con regalos, mujeres, protección y bienes. La necesidad era mutua. El inca necesitaba de los pueblos vecinos, y estos necesitaban del inca, pero esa necesidad mutua beneficiaba por igual a todos. Y aquellos intercambios no eran caritativos, eran intercambios solidarios – en el sentido literal de la palabra.
En la actualidad, siguiendo la línea de pensamiento de Bleichmar acerca de la perdida de subjetividad ante el retiro del estado, junto con el concepto de reciprocidad que toma y analiza y que como sistema de relaciones sociales y económicas, resulta todavía hoy tan efectivo para muchos pueblos originarios, aparece la contracara: Una realidad capitalista, donde van ganando cada vez más espacio las ideas neoliberales, que defienden el libre mercado y creen en la necesidad de reducir la participación estatal y quitar los subsidios. Es lógico que la globalización y este tipo de ideas e intercambios así planteados, terminan arrasando con las formas de organización política y social de las diferentes comunidades y con sus formas de interacción social y cultural, que, si no nunca, no siempre se acomodan a las nuevas exigencias del mercado mundial generando una sociedad competitiva, alejada de la cooperación y de la solidaridad donde, en cambio, aparece la caridad, que si bien conserva la noción de que toda vida merece ser vivida, reduce la condición de esta vida a su supervivencia biológica, convirtiéndose así en otra forma de exclusión social y deshumanización, donde unos están por encima de otros, donde la reciprocidad sigue sin asomar. Lo cual suena muy parecido a lo que hicieron los españoles en su llegada a América. Sería, por lo tanto, un signo de necedad negar que el pasado y la realidad nos estén invitando como mínimo a replantearnos, si es esta la forma de organización social que realmente queremos.
Bibliografía:
- Rostworowski de Diez Canseco, María (2005) – Redes económicas del Estado Inca: El “ruego” y la “Dadiva”. Lima – Perú
- Bleichmar Silvia (2006) – No me hubiera gustado morir en los 90, Buenos Aires – Argentina.