Ayer baje al quiosco. No recuerdo en que horario, pero en ese horario está el pibe nuevo. El de pelo largo, negro. En realidad ya hace bastante que está, por lo que no se cuan correcto sería llamarle “el pibe nuevo”. Pero, la verdad es que en mi imaginario, apenas lo veo sigue siendo “el nuevo”.
Me vio entrar, nos saludamos y automáticamente llevó su brazo al estante superior del mostrador, donde están los cigarrillos.
Sé que los cigarrillos están ahí, por muchas razones. No es solamente porque siempre que voy, veo que los sacan de esa zona. Sino, porque si uno se para frente al local, desde la calle y mira hacia esa dirección a través de la vidriera, los puede ver. Me gusta corroborar que están ahí cada vez que entro y salgo del kiosco. Creo que me molesta que estén ocultos al cliente o me gusta saber que lo que me imagino, en realidad ocurre.
En fin. Ayer, por primera vez, mi imaginario se vio modificado para la posteridad. Apenas me vio, el “pibe nuevo” ya sabía lo que le iba a pedir, sin tener que pedírselo. Se lo pedí igual, lógico. Es una convención. Pero, tranquilamente podríamos haber evitado cruzar palabra. Podría haber sido un intercambio de expresiones faciales, y ya. O ni siquiera eso.
“Hola, como estas?, Un philipp común”, destruyó esa posibilidad.
Siempre, la vida real, o por el contrario el “deber ser” – que nada tiene que ver con lo real- destruye las posibilidades de que pasen cosas fantásticas. Cosas que todos sabemos que pueden pasar y que sería genial que pasen. O si genial es demasiado serian, al menos diferentes. Como un respiro de la cotidianeidad, de la rutina. Pero no, no pasan porque lo genial, no es lo normal, no es él lo que debería ser. Siempre hay una manera, un modo, una norma, algo ya estipulado y armado que respetamos incluso cuando no sería necesario respetar.
Si uno va al kiosco, aunque el pibe sepa de antemano lo que le vas a pedir, de todas maneras se lo vas a pedir o, mínimamente le vas a hacer un gesto, una mueca junto con alguna expresión oral que signifique “ya no hace ni falta que te pida”. Se llama ser civilizado.
Ayer, además de que no sucedió nada extravagante, si sucedió que el pibe nuevo estaba dejando de ser el nuevo. Me quedó clarísimo que eso lo pone contento. No solamente se adelantó a lo que le iba a pedir, sino que además se sonrió en respuesta a que me sonreí por eso. Y no creo que se sonría porque sabe lo que quiero y me lo proporciona sin pedírselo, no. Supongo que se sonríe porque cree que está haciendo bien su trabajo. Está haciéndolo mejor de lo que se le pide. Ningún empleador exige que el empleado adivine lo que quiere su cliente. ¿o sí?
Me fui pensando que de eso se trata, en cierto sentido, conocer al otro. Saber de antemano. Saberlo de antemano, al menos en parte, basandose en la experiencia pasada.
“Esta piba es Philip común. No es marlboro, no es un Philip de diez mentolado (que era lo que le daba, confundido, al principio) Philipp común, el de veinte”.
Conocer crea esos conceptos, ese razonamiento. Conocer genera momentos como esos. Pero a la vez destruye lo genial, niega la sorpresa, dificulta la posibilidad de cambio.
Al final, pensé, está dejando de ser el pibe nuevo, me alegro por el, por sentirse orgulloso de si mismo. Pero ¿es necesario que deje de serlo en detrimento de mi posibilidad de sorprenderlo.? Me fui queriendo volver a decirle: no, no… un bon o bon quería. Pero habria tenido que ir a comprar puchos a otro lado.
Y ademas, el estaba muy contento.